Adiós Javier Crónica de vida . Enrique Soria


Adiós Javier
Crónica de vida JDC
Enrique Soria

New York, Thursday, May 9, 2013, 2:33 AM


Éramos flacos. Vestíamos proletariamente porque eso nos  identificaba con el ser revolucionario. Estábamos en la veintena con muchas ilusiones y con la seguridad que  teníamos la razón para cambiar el Perú y también el mundo. Nos acompañaba el mayo francés del 68, la primavera de Praga, los estudiantes de Tlatelolco, la muerte del Che Guevara y la lucha independentista de las colonias portuguesas.

Nos lucimos con la marcha por Vietnam pues agrupamos una cantidad de gente en las calles que nunca Lima había visto. Días antes la primera plana del diario La Crónica exhibía la clásica foto de estadounidenses huyendo de Saigón como podían a través de un helicóptero norteamericano.

Esa primera plana bastó para que Javier Diez Canseco agrupara a estudiantes en las céntricas calles de Lima para saludar la victoria de Ho Chi Min. No cabíamos de felicidad, el imperialismo yanqui derrotado por un pequeño país militarmente en desventaja.

Yo era uno de ellos. Yo ya conocía a Javier. Militábamos  juntos en Vanguardia Revolucionaria, en ese entonces la organización de izquierda con más trabajo en las minas, en el campo, en las fábricas, en las barriadas y en las universidades.
El trabajo en las minas era clave para organizar al proletariado guía de la revolución, el cobre era el sueldo del Perú y los mineros su vanguardia obrera más lúcida.

Vanguardia Revolucionaria laboraba en dos sitios estratégicos, Cerro de Pasco y La Oroya. En Cerro de Pasco los mineros trabajaban a tajo abierto y en La Oroya descendían metros abajo de la superficie para extraer el mineral como trabajadores de la refinería.

En Cerro de Pasco Vanguardia Revolucionara operaba mediante la célula 1 de mayo y en La Oroya a través de la Gamaniel Blanco. Javier, cuyo seudónimo clandestino era Falcón, coordinaba ambas células desde Huancayo, donde además se tenía responsabilidad por la organización de los estudiantes de la Universidad del Centro.

En ese fragor nos conocimos puesto que yo desde Lima iba a efectuar trabajo de apoyo a esos frentes políticos. Comíamos lo que podíamos y dormíamos donde nos agarrara la noche.
Éramos felices. Nos guiamos por esa frase de Javier Heraud (Porque mi patria es hermosa como una espada en el aire, por eso yo la quiero y la defiendo con mi vida.

Fueron nuestros mejores años como individuos, nos hicimos hombres dejando atrás los lazos familiares y la comodidad de los amigos del barrio y de los claustros universitarios.

Pasamos a la clandestinidad, sin identidad legal y asumiendo los riesgos que más adelante significaron prisión y tortura más de una vez.

A Javier obviamente lo vi varias veces, ya sea planificando  protesta s o huelgas, como el famoso paro de julio del 77 que supuso el principio del fin de la dictadura militar, o en congresos o plenarios partidarios. En una oportunidad estando yo preso en las celdas de Seguridad del Estado, en la avenida España, se preocupó que yo contara con frazadas, medicamentos y comida.

En fin una vida que no volverá pero que nos marcó para siempre y que nos enorgullece. Cuando alguien me pregunta para que sirvió todo esto, respondo rápido que mi generación se tumbó a la dictadura militar y obligó a los militares a que retornaran a los cuarteles, y con ello abrimos el cerrojo de la democracia.

Esto lo hicimos con Javier y con muchos que dejaron las comodidades de una típica vida de clase media, puesto que se sacrificó estudios y profesiones, se tuvieron que vivir divorcios, y emigrar a otros lares para empezar de nuevo.
Por eso, siempre ensayo  una sonrisa cínica cuando escucho o leo a alguien que ha estado en la otra orilla del río acusarnos de caviares cuando en realidad esos acusadores (algunos escriben en Nueva York en periódicos de la competencia) nunca han padecido persecución, prisión o sufrido tortura, ni siquiera hubiesen sido capaces de dejar todo y perderse en la clandestinidad.

Como Javier, mi generación abandonó lo que considerábamos era inconsecuente con ser revolucionario y nos la jugamos por darle al país un nuevo horizonte más justo y más igualitario. Lo mejor de Javier fue precisamente su consecuencia, su entrega, su pasión por los demás, ese es su legado.


Enrique Soria  

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