SIN INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA, LAS UNIVERSIDADES PERUANAS LANGUIDECEN Por: Gerardo Alcántara Salazar
Gerardo Alcántara Salazar
Catedrático e
investigador del Posgrado UNE
Doctor de la
Universidad de Buenos Aires, Área Ciencias Sociales
Estamos en la Era del
conocimiento, que hace posible la sustitución de la fuerza física por la mental
en los procesos de creación de riqueza, lo cual incide en la generación de
seres humanos y equipos tecnológicos que reducen el tiempo necesario en la
producción y en una misma magnitud de tiempo se multiplica la riqueza,
expresada en la cantidad de bienes materiales y simbólicos.
Es imperativa ─por esos motivos─ la investigación para la innovación
científica y tecnológica, con el respaldo financiero del Estado y el aporte del
personal calificado de las universidades. El compromiso del estado debe
expresarse invirtiendo cuando menos el promedio de lo que invierten los estados
de la región que estén mentalizados en reconocer que la riqueza de los pueblos
más que depender de la depredación de los recursos naturales se sustenta en la
generación de intangibles.
Para lograr estos objetivos, las universidades que dependen económicamente
del Estado deben evitar que la investigación sea un simulacro, garantizar que
los vicerrectores de investigación sean investigadores calificados, que los
escasos recursos de las universidades sirvan para financiar ensayos o libros
que justifiquen la inversión, que quienes en representación de las
universidades den charlas sobre investigación escriban y publiquen libros que
avalen sus criterios, porque en Perú existe la costumbre fetichista de juzgar
la competencia de las personas por los cargos que ocupan o por su militancia
política, propiciando exposiciones incompatibles con el mundo académico
─activando el sistema límbico, la fantasía, la emotividad─, en detrimento de la
razón, confundiendo escenarios y públicos.
El sistema educativo está asociado al conocimiento como transvase de una
mente a otras, con todas exquisiteces imaginables, pero en el nivel terciario,
en el ámbito universitario, el profesor no debe ser simplemente divulgador,
idea que en nuestras universidades no está ni incipientemente clara.
El mundo de la era de la
globalización exige innovación, originalidad. De acuerdo a estos criterios se
establece el ranking de las universidades, tales como las de Scimago en
el ámbito iberoamericano y el de la Universidad de Shangai y The
Times para el contexto universal.
Las universidades peruanas
en ambos rankings ofrecen una imagen deprimente. Vivíamos de glorificarnos por
tener la universidad más antigua de las tres américas. La antigüedad de acuerdo
a ciertas leyes del marketing logra el posicionamiento, que es la ubicación del
objeto en alguno de los escalones privilegiados de la mente y San Marcos, con
siglos de existencia está en la mente de la gente culta del mundo.
Pero esos mismos seres
humanos cultos saben que si bien la antigüedad deja huella en la mente, se
requiere evaluación permanente para medir el estándar real de cada universidad.
De ahí la importancia de los actuales rankings.
Perú cuya economía ─en la actualidad─ es la que más crece en Latinoamérica
tiene universidades competitivas más que en la producción científica en la
formación de técnicos calificados, mediante el transvase de conocimientos, no
por la innovación. ESAN recién convertida en universidad, nació como entidad
para formar técnicos calificados en gerencia, la Pontificia Universidad
Católica del Perú tiene en CENTRUM también un privilegiado espacio para formar
técnicos altamente calificados en Gerencia. La Universidad Ricardo Palma
descuella en la formación de arquitectos ─en este caso sí con mucha
creatividad─, cuyos egresados laboran en los proyectos arquitectónicos más
importantes del mundo. La Universidad Nacional Mayor de San Marcos forma buenos
médicos y también destacados abogados. Los médicos formados por la Universidad
Nacional mayor de San Marcos tienen aceptación no solamente en Perú, sino
también en Norteamérica y Europa, de los cuales el Dr. Elmer Huerta es uno de
los más representativos. En cambio en la investigación científica, al parecer
existe una sola institución, la Universidad Peruana Cayetano Heredia
(ubicación, puesto 95 en Iberoamérica), pero solamente en el campo de la
medicina. Por ese motivo, esta institución aparece muy delante de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos (ubicación, puesto 138 en
Iberoamérica), la segunda universidad peruana mejor posicionada según el ranking
de Scimago: http://www.scimagoir.com/pdf/sir_2012_world_report.pdf
La Universidad Nacional Mayor de San Marcos es la más antigua de las
Américas, su origen se remonta al siglo XVI, en tanto que la Universidad
Peruana Cayetano Heredia es producto de una fragmentación de la Universidad de
Decana de América, de la cual se desprendió en la Década de 1960, cuando se
empezó a poner en vigencia el Cogobierno, como se le denomina a la
participación de los estudiantes en todos los órganos de gobierno y toma de
decisiones de las universidades, en la proporción de un tercio del total de sus
miembros. Médicos de gran prestigio dejaron la Facultad de Medicina de San
Marcos, previendo que la institución mermaría su estatus académico fomentando
la politización.
De San Marcos no han
egresado eminencias después de la década de 1950 acorde al crecimiento
exponencial del número de alumnos, sino todo lo contrario. Hasta entonces los
mejores se orientaron a la literatura: César Vallejo, José María Arguedas, Enrique
Bryce Echenique, logrando la cúspide de la excelencia Mario Vargas Llosa,
Premio Nobel de Literatura 2010. En filosofía no tenemos sucesores de Mariano
Iberico, Francisco Miro Quesada y Augusto Salazar Bondy, anteriores a la
reforma universitaria. Exponentes ilustres de las ciencias sociales como Jorge
Basadre, Luis E. Valcárcel, Raúl Porras Barrenechea, José Matos Mar,
Aníbal Quijano, Fernando Silva Santisteban, Pablo Macera, Waldemar Espinoza
Soriano, Luis Guillermo Lumbreras, no han tenido equivalentes después de la
década de los 50, salvo una o dos excepciones; y no es que en Perú no haya
tenido ilustres científicos sociales desde que se implantó el denominado
Gobierno correspondiente a la Reforma Universitaria. Basta mencionar al
historiador Alberto Flores Galindo, con estudios de pregrado en la Pontificia
Universidad Católica del Perú, y al economista Hernando de Soto Polar,
candidato al Premio Nobel de Economía 2011, quien estudió en la Universidad de
Ginebra.
Javier Arias Stella, exponente sanmarquino de las ciencias médicas,
anterior a la Reforma Universitaria, inscribió su nombre en la investigación
médica mundial con su aporte conocido como Reacción o fenómeno Arias Stella.
Nada semejante viene sucediendo a partir de la década de 1960 en que se
institucionaliza el cogobierno y la politización. Politización que tampoco ha
producido un gran líder político, porque Alan García Pérez ─del período Reforma
Universitaria─, el único sanmarquino y presidente del Perú (por dos períodos),
no es obra de la universidad sino de su líder partidario y maestro personal
Víctor Raúl Haya de la Torre.
Los políticos que gobernaron el Perú, desde la Era Velasco Alvarado, tratan
de asfixiar a las universidades públicas, con la sola excepción de Alejandro
Toledo que dio inicio a la puesta en vigencia del artículo 53 de la ley
Universitaria vigente 23733, firmada por el presidente Fernando Belaunde Terry,
quien gobernó de 1980 a 1985 y calificó a su gobierno como el quinquenio de la
educación. La aplicación de esa norma no se ha completado aún, propiciando la
vigencia de catedráticos que darían la vida por trabajar en San marcos, aunque
sea gratis ─como algunos de ellos así pregonan─, pero sin la presencia de
eminentes académicas como José León Barandiarán, Jorge Basadre, Luis Alberto
Sánchez y Raúl Porras Barrenechea, historiador que aún se proyecta a través de
discípulos como Pablo Macera y Waldemar Espinoza Soriano, profesores de la
Facultad de Ciencias Sociales de San Marcos.
A falta de las viejas
glorias, no solamente en San Marcos, sino en casi todas universidades del país,
en su lugar abundan los profesores del denominado curso de Metodología de
investigación científica, quienes tratan de reemplazar el talento, la
inteligencia, sabiduría y pericia de los grandes catedráticos investigadores,
por recetarios que ni ellos entienden, ni lo aplican, ni les sirve para generar
un buen producto.
Todas las excelencias han
sido investigadores calificados y han enseñado a investigar con el ejemplo. En
cambio es muy raro encontrar algún profesor universitario que tenga como curso
establecido el de Metodología de investigación científica que exhiba algún buen
libro o ensayo que sea de su producción. Y no podría ser de otro modo porque a
través de ese curso fomentan el dogmatismo. Se trata de una modalidad de
recetarios. Nunca olvidaré a un catedrático admirado por sus alumnos por la
facilidad con que construía “Proyectos de investigación científica”. Para sus
discípulos era algo así como un mago o virtuoso, pero lo que nunca pudo hacer
fue un trabajo de investigación y así murió.
Debo ser más explícito. No
niego que los profesores que dan el curso Metodología de la investigación
científica hayan elaborado una tesis de magíster y otra de doctor. No
solamente tienen esos logros, sino toda una constelación de ex alumnos que en
conjunto pueden sumar miles.
¿Y por qué entonces la
comunidad científica internacional no valora esos aportes? Porque realmente son
impublicables. Se trata del transvase mediocre de información presentada en una
especie de moldes, con divisiones estancos, para vaciar textos y gráficos
insubstanciales. O para decirlo de otro modo, a través del curso Metodología
de la investigación científica se propicia una modalidad de clonación de
tesis, con ligeras variantes.
Se trata de cumplir con la formalidad, armando un texto yuxtapuesto, sin
coherencia, con rupturas de una parcela a otra. Rinden culto al formato pero al
contenido no le conceden importancia. La idea es llenar esa especia de plano,
fomentando la uniformidad y en consecuencia rompiendo totalmente con la idea de
la novedad, de la originalidad y con la buena redacción. Si se elige una de
estas “tesis” al azar, se verá una contante: 90% consiste en escribir algo en
cada uno de los parágrafos que presento ─obtenido de una página web─ en mi
artículo La universidad peruana y sus dinosaurios─ El 10% restante es un
texto que parece ofrecer el contenido de la tesis.
Esas miles de miles de tesis sirven para ganar estatus y también puestos en
la burocracia o en la cátedra. Lo primero que quiere enseñar un recién graduado
en maestría es el curso Metodología de la investigación científica,
porque recibió el texto completo de su profesor en una memoria USB, el mismo
que con aparentes variantes lo volverá a presentan a sus alumnos mediante el
PowerPoint. Sus alumnos grabarán también en la USB y se expandirá el círculo
vicioso.
Tales tesis son como
puentes que nunca se usan, casas que jamás se habitan. Son como si no
existieran y para la comunidad científica no existen.
Pero alguna autoridad
universitaria podrá ponderar: “Nuesta universidad tiene este año 600 proyectos
de investigación”. Al término del año académico cada autor del proyecto
presentará un par de carillas escritas, mediantes texto discontinuo,
característica de quien no piensa fluidamente ni tiene recursos básicos para
presentar un texto decente. O bien, algunos vicerrectores de investigación
pedirán que cada “investigador” diserte. El expositor empezará a repetir el
esquema o también denominado proyecto de investigación, con tanta candidez y
tanta paciencia de la autoridad, felicitando a cada uno de los “investigadores”.
¿Cuánto vale cada uno de estos manojos de hojitas cándidamente escritas?
Scimago, la Universidad de
Shangai o The Times ¿darían algún centavo por estas denominadas
“investigaciones”?
Pero este problema no
solamente se advierte en la masa anónima de catedráticos, sino en presuntas
excelencias. Quien, en Perú, haya tenido la oportunidad de leer el libro de
Luis Piscoya Hermoza titulado Cuanto saben nuestros maestros, verán que
casi en el cien por ciento se limita a describir el procedimiento, como si su
propósito fuera decir: “Miren qué bien manejo la metodología y cómo construyo
cuadros estadísticos mediante el procesador” que podría ser el SPSS. Eso es
casi todo el corpus del librito que tiene como sub título “Una entrada a los
diez problemas cardinales de la educación peruana”, lo cual despierta interés,
pero luego viene la frustración. Todo se reduce a setenta y cuatro líneas (74)
que aparece entre las páginas 101 y 103. Solamente dedica 74 líneas como
resultado de su maravillosa buena intención y de su gran esfuerzo por decir
algo. A Piscoya como a otros profesores de metodología de la investigación
científica le encandila ver un cúmulo de cuadros estadísticos, que ahora con
procesadores estadísticos como el SPSS fácilmente se pueden obtener. La
solución al problema planteado no es solamente ofrecer cifras, sino descifrar
el sentido, para lo cual se requiere del dominio teórico y una vasta
información concomitante.
Pero si de excelentes usuarios de la estadística no solamente descriptiva
sino también inferencial se quiere hablar, tenemos el ejemplo de las
empresas que miden cómo se mueve la opinión de la gente en los procesos
electorales del Perú. Suelen ser muy acertadas con los obvios márgenes de
error, pero verán esas decenas o centenares de páginas que deben brotar en sus
computadores lo resumen en una página de periódico, incluyendo gráficos. Y
jamás estas excelentes empresas se han jactado de hacer investigaciones
científicas, sino de utilizar técnicas estadísticas para medir opinión que lo
expresan en porcentajes.
La verdadera investigación
científica lo hacen ─perdonando la tautología─ los científicos, quienes viven
resolviendo problemas de ese tipo, porque la clave de toda investigación
científica ─como bien sostiene Popper─ empieza detectando problemas, aspecto
que suele ser muy difícil para el inexperto, pero muy fácil para quienes viven
dedicados a la ciencia. La base para hacer una investigación no está en perder
el tiempo en repetir manuales. Solamente lo consiguen quienes se identifican
profundamente con la materia que estudian. De tanto saber y estar enamorados de
su carrera, cuando creen que están aprendiendo tanto hasta abarcar el universo
de los conocimientos, se encuentran con problemas, con preguntas que exigen
respuestas, que quizá no esté en ningún libro ni en la cabeza de ningún
profesor. Ese estudiante empieza realmente a investigar. Todo el bagaje de sus
lecturas, acontecimientos y teorías le pueden conducir a plantear hipótesis, a
las que debe afrontar no como dicen los manuales, sino con el arsenal de
conocimientos que tienen en la mente y su propia lucidez le pueden aportar.
Además, las técnicas de
investigación cambian valiéndose de novísimos equipos digitalizados, acorde a las
necesidades de cada ciencia, contrariando la cándida y peligrosa tendencia a la
uniformización, expresión de la visión estándar y sincrónica de la sociedad.
El estudiante que quiera
romper barreras no debe encasillarse en camisas de fuerza como las que el curso
Metodología de la investigación científica prescribe, sino mirar como paradigma
a los genios de la humanidad.
En universidades
importantes jamás da el curso de investigación el profesor que no tiene producción
científica califica y publicada. El director de tesis es, inevitablemente, un
profesor que es autor, con producción intelectual publicada por las editoriales
más importantes del mundo. En las
universidades peruanas el esquema de investigación suele estar ya hecha y
grabada en los discos de computadoras de propiedad de quienes podrían manipular
cifras mediante el procesador estadístico y simular una tesis. Pero estas tesis
solamente presentan procedimientos y esquemas prefabricados rellenos. No hay
ideas propias, no hay aporte alguno. No tienen reflexión, no existe la
fundamentación del sentido de manera amplia y extensa. Si en la universidad se
procediera correctamente y se exigiera que lo que corresponde al procesamiento
se lo ubique como apéndice, no existirá la tesis, porque las denominadas tesis
en las universidades menos serias, que son casi todas, carecen de cuerpo; no
tienen contenido.
Tampoco existe un método
único para todo tipo de investigaciones. ¿Acaso Einstein utilizaría los
manuales que se han puesto de moda en el Perú? Me gustaría saber si para
escribir su excelente libro Parentesco, Reciprocidad y Jerarquía en los
Andes, Juan Ossio, catedrático de La católica doctorado en la Universidad
de Oxford, o si Félix Quesada Castillo ─lingüista de San Marcos─ para escribir
su tesis sobre el pre proto quechua, con la que se doctoró en la
Universidad de Búfalo, ¿se valieron de esos manuales? ¿Acaso Manuel Burga
destacado historiador, doctorado en la Sorbona y ex rector de San Marcos,
cuando diariamente recorría hasta el Rímac tras el Archivo Agrario en busca de
información sintió que sin esos manuales su misión era imposible? Al ilustre
Alberto Flores Galindo o a Gonzalo Portocarrero, uno de los sociólogos más
fecundos en producción bibliográfica en la actualidad, no necesitaría hacerles
esa pregunta. También resultaría innecesaria realizarla a Ruth Shady, la
arqueóloga sanmarquina que descubrió Caral, la ciudad más antigua de América.
Stephen William Hawking, el
genial científico inglés, ese monumento de la ciencia física actual y autor
preferido de Bill Gates, obviamente se habría reído viendo esos manuales, al
elaborar su tesis de doctor, donde plantea por primera vez el tema de los
agujeros negros. Como genio creador no se subordinó ante ningún manual de
investigación; creó su propio modelo matemático.
Stephen Hawking escribe como solo los genios lo pueden hacer. Sus libros y
que son varios, en calidad de best sellers, en ediciones pirateadas, están al
alcance de todos los lectores peruanos. Así como el lenguaje ordinario se puede
convertir en lenguaje digital binario, Stephen Hawking convierte el lenguaje de
la matemática y de la física más abstractas en lenguaje natural. De ahí que
todo el mundo lo puede leer.
Dogmatizando a los
estudiantes con los manuales performativamente se le dice: “no deben romper
moldes”, “rechacen ser originales”. Si son tan buenos esos manuales, ¿por qué
no existe un solo profesor de este curso que sea un ejemplo en la producción
académica?
Si San Marcos no quiere
innovar puede descender aún más en el ranking iberoamericano, que trata de lo
que acontece en la actualidad, por más que Mario Vargas Llosa ─con su nombre─
nos esté ayudando en el rankings mundiales que elaboran The Times y
la Universidad de Shangai.
Un sanmarquino y extraordinario paradigma en la investigaciones médicas del
Perú, con trascendencia universal, por haber aportado en el esclarecimiento de
una patología en el endometrio y que terminó abandonando a la Decana de
América, para fundar la Universidad Peruana Cayetano Heredia es Javier Arias
Stella, quien ha realizado aportes a la medicina mundial como el descubrimiento
“de la llamada Reacción o Fenómeno Arias Stella”. Arias Stella no
dejó registrado su nombre por haberse entretenido revisando manuales sobre
Metodología de la investigación científica, sino internalizando el saber
acumulado entonces sobre ginecología patológica y observando la realidad. Fue
así que se dio cuenta que había un síndrome que estaba descrito y explicado,
con aceptación de la comunidad médica internacional, pero que para él no era
convincente. Ese desencuentro entre lo consensuado mundialmente y su no
aceptación se convirtió en un problema científico. Así surgen los auténticos
problemas científicos. Arias Stella se encontraba en el centro de un monumental
problema. Era muy joven pero no le convencían ni lo que decían los tratados, ni
sus profesores más eminentes. Viajó a los Estados Unidos de Norteamérica y
también a Inglaterra, se contactó con el mejor patólogo del mundo, quien tenía
la misma convicción expuesta en los tratados, coincidiendo con sus profesores
de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. ¿Entonces para qué había
viajado a la catedral del mundo científico? Ningún fundamento lo convencía. Eso
es lo que sucede con quienes tienen perfil de auténticos investigadores
científicos. Encontrarse con un fenómeno médico que a su criterio no era lo que
la ciencia del momento decía, no saber exactamente de qué se trataba, es un
ejemplo colosal de planteamiento del problema científico y no los dogmas
expuestas por los autores de manuales ni de su diseminación por parte de los
“metodólogos”.
No había viajado en vano a las universidades norteamericanas y
anglosajonas. Sus profesores reconocieron que Arias Stella estaba ante un
auténtico problema científico y le proporcionaron la confianza y la logística
que le ayudara a encontrar la respuesta. Cuando lo logró, su aporte a la
medicina mundial quedó registrada como Reacción o fenómeno Arias Stella.
Algo muy grave ha sucedido en las últimas décadas en las que San Marcos se
ha reducido a repetir dogmas. Resulta irónico incluso ver y oír, cómo los
epistemólogos están entre los dogmáticos extremos, porque lo único que hacen es
repetir lo consabido. Popper o cualquier gran epistemólogo escribieron algo muy
interesante, pero los epistemólogos peruanos, entre ellos los más reputados,
son solamente difusores, cero innovaciones.
San Marcos alguna vez, ¿volverá a ser algo más que promesa?
Lima, marzo de 2013