Lima, la Nuestra





Comentario Editorial
 
Excelente ensayo sobre Lima y nOsOtRoS. Lima es su gente y su desarrollo urbanístico le da su identidad por los cambios generados en el tiempo las  generaciones y las épocas. Música, Gastronomías, Obras Monumentales, Museos, las Calles, Solares y Callejones de la vieja Lima. La simbiosis del criollismo, la música andina, regional, afro-peruana, generaciones al ritmo de rock en español, la salsa, la cumbia, regatón y raperos latinos. Nosotros hacemos la ciudad: LIMA y Nosotros en la excelente pluma del escritor, Julio Martin.

Los limeños son todos los que siente de la ciudad de Lima su espacio de convivencia, trabajo, educación y construyen un espacio de identidad con la ciudad. Lima es una ciudad conformada por una diversidad de culturas locales, regionales que confluyen en Lima como ciudad capital y sus barrios. El barrio de Barranco y la nostalgia del Puente de los Suspiros, Los Barrios Altos el viejo criollismo, sus plazuelitas, sus Iglesias. Lima la nostalgia de sus viejas casonas, solares, callejones, wuariques de comida local y regional, el tradicional restaurante Cordano, donde generaciones han compartir su tradicional menú-gastronómico. El Rímac, los recuerdos de la música negra, el bajo el puente y sus calles empedradas. La Victoria sus penas afro-peruana, la plazuela Manco Capac, la calles de los repuestos para carros, Villa El Salvador y su heorina Elena Moyano, el programa de Vaso de Leche, un barrio donde convive una diversidad de música regionales un espacio de convivencia, música, arte, y gastronomía. Cada barrio tiene algo que contar y compartir. Eso es Lima y su gente.

Jorge Yeshayahu Gonzales-Lara
Sociólogo MA, CASAC-T
La Diaspora  Peruana – New York
New York, March 03, 2013.

Lima, la Nuestra
on Saturday, March 2, 2013 at 1:51pm ·

Apuntes sobre una ciudad de todos[1]

Por Julio Meza Díaz (*)

            He apreciado con interés las campañas que muchos grupos de motivación privada siguen a favor de Lima. Entre ellos están Salvemos Lima, Lima Antigua, Lima Linda y Lima la Única. Sus preocupaciones son sinceras y han logrado algunas victorias. No obstante, como se puede apreciar en las imágenes que difunden en las redes sociales, tienden a simplificar la totalidad de la ciudad a las pocas manzanas que ocupa el centro de Lima. Sus esfuerzos además se enfocan en la conservación de edificios laicos y religiosos que acumulan una antigüedad considerable. Quizá estas acciones se explican porque buscan preservar la historia física de la ciudad, pero pueden ser interpretadas a la vez como una vocación por idealizar el pasado. Recordemos que no es difícil resbalar en una tara semejante a la de la “arcadia colonial”, la que fue advertida y descrita por Sebastián Salazar Bondy en su ensayo Lima, la horrible.

            No es mi propósito desdeñar la labor de amigos, conocidos y otras personas de buena voluntad que trabajan gratuitamente en pos de una ciudad mejor. Sin embargo el problema de Lima va más allá del tópico arquitectónico. Se requiere de un camino hacia la integración que tal vez deba pasar primero por una idea de pertenencia. Ciñéndome a esta lógica, lo que continúa es una propuesta para entender con nuevos ojos la “limeñidad”.

¿Limeños? ¿Quiénes?

            Según Alfredo Bryce Echenique, “un limeño auténtico, hoy, ya no existe; debe ser el 4% de la población. Han caído en desuso. Están recluidos, con una gran dificultad para estar y ser en la ciudad de Lima. El limeño nuevo es ese ser detestable, agresivo, generalmente provinciano, que ha entrado por la violencia a la ciudad, por la puerta falsa y quiere salir por la puerta principal”.[2] Dejando de lado por un momento la lamentable carga peyorativa de las palabras de Bryce, me pregunto qué diferencia a un “limeño auténtico” de uno “nuevo”. ¿Que los primeros tienen más ascendentes nacidos en Lima? Basta subir a una azotea y contemplar la ciudad para darse cuenta que, gracias a las migraciones y el desborde popular que describió Matos Mar, la definición aristocrática de la “limeñidad” ha sido superada hace tiempo.

            Quizá si se emplea las características de Bryce para separar a los “limeños auténticos” de los “nuevos” podamos hallar algunas certezas. Se supone que estos últimos son “detestables, agresivos, provincianos y violentos”. Debido a su actitud no es injustificado describir a Bryce con algunos de esos mismos calificativos. En consecuencia, ¿el autor de Un mundo para Julius es un “limeños auténtico” o uno “nuevo”?
            Queda claro que adoptar formas convencionales para identificar a los limeños es ridículo. En una ciudad atravesada por clubes departamentales de las demás regiones del país, que muestra y ya tiene arraiga costumbres de los andes, del altiplano y de la selva, y que en la actualidad recibe una fuerte migración extranjera sobre todo de ciudadanos chinos, colombianos y españoles, ¿cómo se puede especificar la “limeñidad” empleando una suerte de cedazo? ¿Acaso esto no conlleva en su interior un tufo de arbitrariedad (y, por ende, de injusticia)?

            Concuerdo con los que afirman que la diversidad es la bandera de esta ciudad. Sin embargo creo que a esta idea habría que añadirle un nuevo contenido. Recordemos las palabras de Charles Taylor, filósofo canadiense: “unirse en el mutuo reconocimiento de la diferencia –es decir, del valor igual de identidades diferentes– requiere que compartamos algo más que la creencia en este principio; hemos de compartir también ciertas normas de valor en las que las identidades en cuestión se demuestran iguales. Debe existir cierto acuerdo fundamental sobre el valor, o de otro modo el principio formal de la igualdad estará vacío y constituirá una impostura”.[3]
            ¿Qué es eso más que nos debería unir?

¿Solo para socios?

            Siendo una ciudad con tantos matices sería absurdo considerar que nos una la pertenencia a un club, un espacio académico, una determinada iglesia, una universidad o un partido político. Cualquiera de estos tipos de exclusividad solo ocasionaría actos de discriminación y, sobre todo (y mucho más peligroso), allanaría las diferencias bajo la capa de un marcado componente ideológico.

            Lo que nos debería unir es tan simple y obvio que tal vez por esos mismos motivos pasa desapercibido. Necesitamos recordar que tenemos una relación simbiótica con Lima. Lima me pertenece y yo le pertenezco a Lima. En este sentido no solo aprovecho de las oportunidades que me brinda (como las laborales, educativas, comerciales, etc.) sino también cumplo con mis deberes de ciudadano (como la solidaridad con mis vecinos, la preocupación por el ornato, etc.). Ser “limeño” no pasaría entonces por el (muchas veces casual) hecho jurídico de haber nacido en Lima ni que esto se encuentre detallado en el registro civil y el documento de identificación. No importa si se ha nacido en Andahuaylas o Madrid, en Puno o Pekín. La “limeñidad” solo se tendría que determinar por un compromiso con la ciudad.

            Quizás así los limeños podamos aprender a contemplar como verdaderamente nuestros las crisis y, por qué no, las victorias que acontecen en las otra regiones del Perú.

Un buen primer paso

            Votaré por el NO. Porque creo que la gestión de Susana Villarán es un buen primer paso para que se empiecen a tomar en cuenta las ideas que propongo. Ha cometido errores, qué duda cabe, pero otros burgomaestres también, como el ex alcalde Jorge del Castillo y su tren eléctrico, el que fue inaugurado más de veinte años después de su gestión;[4] o el ex alcalde Alberto Andrade, a quien admiro pero que no previó el dantesco incendio en Mesa Redonda. [5] ¿Acaso estos ex alcaldes fueron revocados por sus errores? No.

            Pero más allá de sus desaciertos (que han sido subrayados tendenciosamente por sus enemigos) Villarán ha tomado las riendas de una ciudad caótica y lo ha hecho poniendo por delante su compromiso por Lima. No solo ha realizado obras de gran visibilidad como el traslado del Mercado Mayorista “La Parada” a un espacio ordenado y eficiente como el actual Mercado de Santa Anita[6] o el ordenamiento de las hace poco intransitables avenidas Abancay y Manco Capac;[7] sino también se ha preocupado por urgencias de la población más necesitada de Lima, realizando por ejemplo campañas médicas contra la tuberculosis[8] o más de 1,500 operaciones gratuitas de cataratas.[9] Se debe resaltar también su interés por el patrimonio arquitectónico y la cultura. Entre otras labores en este aspecto, entregó el Museo de Sitio Bodega y Cuadra,[10] se focalizó en la recuperación de varios balcones del centro de la ciudad[11] y gestó programas culturales de gran envergadura, apoyando a las editoriales y discográficas independientes, la música popular, el teatro y la danza.[12] Finalmente, rompiendo el silencio de la mayoría de los habitantes de Lima, se pronunció sobre los lamentables sucesos de mayo de 2012 en la provincia cusqueña de Espinar, en donde la policía disparó a quemarropa contra civiles y hubo cuatros muertos y varios heridos.[13]

            Desde mi perspectiva Villarán está constituyéndose en una de las primeras figuras públicas en encarnar lo que considero la “limeñidad”. Le falta mucho por aprender y hacer, es cierto, pero el trazo por el cual está andando es casi inaudito en la política peruana contemporánea. Por lo demás, si me pidiera una sugerencia, le rogaría que cambiara la bella frase que encabeza su gestión Lima, una ciudad para todos por la frase Lima, una ciudad de todos. Luego le daría las gracias, porque debido a sus esfuerzos quizás no sea descabellado subscribir las palabras del joven poeta y narrador Jerónimo Pimentel: “tengo la sensación de que estamos [en] un momento de tránsito hacia otra ciudad… siento que la Lima que viene, y me vas a disculpar el optimismo, pero quiero pensar que es una ciudad mejor”.[14].


(*) Julio Meza Díaz (Lima, 1981). Bachiller de Derecho y escritor. Ha publicado el libro de cuento Tres Giros Mortales y la novela Solo Un Punto. Ganó el premio de poesía Universidad Cayetano Heredia con el poemario Matemáticas Sentimental. Dirige la revista boliviana, chilena y peruana Manicomio Suyay.




 
[1] El presente ensayo es el avance de un texto mayor. Me he animado a publicarlo debido a la crisis por la que atraviesa la ciudad.

[2] Revista Somos del 30 de junio de 2012, p. 30.

[3] CHARLES, TAYLOR, La ética de la autenticidad, España, Paidós, 1994, p. 86















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