Carta de Álvaro Vargas Llosa a la Cancillería peruana sobre la delimitación marítima del Perú y Chile en La Haya
OPINION
Carta de Álvaro
Vargas Llosa a la Cancillería peruana sobre la delimitación marítima del Perú y
Chile en La Haya
COMENTARIO EDITORIAL
Carta genera histeria en los circulos politicos del Peru
Carta abierta a Torre Tagle
Carta genera histeria en los circulos politicos del Peru
La Diaspora PeruanaLa "Carta Abierta a la Cancillería peruana Torre Tagle", del escritor y periodista Álvaro Vargas Llosa ha generado histeria en los círculos políticos del Perú. El presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso de Perú, Víctor Andrés García Belaunde, declaro que Álvaro Vargas Llosa no es abogado, no sabe de derecho internacional y por lo tanto "no tiene autoridad ni académica, ni política ni histórica para hacer ese tipo de comentarios".La intolerancia de la congresista, Lourdes Alcorta llego al extremo de acusar al escrito periodista de pro-chileno y agrego "Que agarre sus maletas y se vaya a vivir a Chile" A las críticas se sumó el ex vicecanciller Luis Solari, que consideró lo dicho por Álvaro como algo literario y de una visión romántica, "todos tienen derecho a soñar".Estos comentarios ponen evidencia la intolerancia sobre el derecho de opinión sobre los temas nacionales e internacionales. Los comentarios no fueron al contenido de la Carta, y además pone en evidencia de García Belaunde, Lourdes Alcorta y Luis Solari comentan sin leer la Carta. Esto no es novedad en los políticos peruanos.La carta expone la opinión y comentan sobre la delimitación marítima basada en una línea equidistante y sobre el denominado triangulo exterior. A su juicio y opinión de Vargas Llosa, los magistrados de La Haya prestan más atención "a cuál era el espíritu de la ley, además de la letra" de los tratados, por lo que "será extraordinariamente difícil concluir que no se acordó nunca una frontera marítima". La carta pone como antecedentes que "en los demás países sudamericanos el método de delimitación es el paralelo". Alvaro Vargas Llosa recuerda en la Carta … “la tradición jurídica y política peruana mezcla muchos elementos que van a contrapelo de la formación… El positivismo jurídico, el formalismo y el reglamentarismo de nuestra tradición hicieron que a menudo le busquemos tres pies al gato. La ley no suele ser para nosotros un conjunto de principios derivados de la sabiduría de los siglos, sino cualquier cosa que dice el que manda. La hacemos con tanto grado de irrealidad y la interpretamos de una forma tan puntillosa y jesuítica que cualquier cosa puede ser vista como la ley y cualquier cosa como su violación. Esta tradición hace que nos importe la letra pero no el espíritu.El analista y periodista pidió un cambio de lógica de la Cancillería peruana, para dejar atrás "el sentido de pasado" que tienen sus actuaciones. Y de cara al futuro, sostuvo que "ojalá que, si sufrimos un revés en La Haya, no nos abandonemos al rencor y lo convirtamos en una oportunidad para mostrarnos a nosotros mismos que hemos dejado atrás la infancia de la república".Adjuntamos la Carta a Torre Tagle de Alvaro Vargas Llosa, para su lectura, opinión y comentarios, ajenos a toda intolerancia marcartista.
Carta abierta a Torre Tagle
Me dirijo a ustedes -el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú-
usando el apelativo con el que se los conoce por la casona virreinal que les
sirve de sede principal. Lo hago con respeto por sus vivos y sus muertos, entre
quienes están algunos de los peruanos que más admiro. Tengo la esperanza de que
vean un ánimo constructivo en estas líneas, con las que quiero expresarles que
ha llegado la hora de un gran cambio de mentalidad.
Lo hago ahora que la fase oral del proceso de La Haya ha acabado y sólo falta el dictamen, probablemente dentro
de pocos meses. Creo que las posibilidades de que el Perú obtenga el triunfo
son mínimas en lo que se refiere al reclamo principal -una delimitación
marítima basada en una línea equidistante- y algo mayores, pero no muy grandes,
en lo que se refiere al segundo, es decir, la determinación de nuestra
soberanía sobre el llamado triángulo exterior, que está fuera de la zona
marítima chilena y estaría dentro de la nuestra si ella rebasara el paralelo de
latitud.
Explicaré en seguida las razones por las que creo esto y me apresuro a
decir que preferiría equivocarme. Temo, además, que el orgullo herido de muchos
compatriotas pueda, si el fallo nos es adverso, frenar durante un tiempo el
proceso de superación del trauma histórico, del que es prueba el vuelco que
hemos dado a nuestras relaciones.
No dramatizo las cosas: confío en que la dinámica de los intercambios y el
espíritu de los tiempos nos volverán a acercar, pase lo que pase. Pero es mejor
celebrar triunfos que no se dan por seguros que sufrir derrotas que no se le
pasan a uno por la cabeza, especialmente en el terreno de las relaciones
exteriores, donde los sentimientos suelen adquirir una intensidad tribal muy
poderosa que no facilita la sindéresis y el sentido de las prioridades. De allí
mi aprensión.
El cambio de mentalidad que urge en Torre Tagle exige dejar atrás una forma
de entender nuestras relaciones exteriores que tuvo mucho sentido en el pasado,
porque la independencia latinoamericana produjo repúblicas indefinidas en
tantos sentidos.
Esa mentalidad -de la que la generación que nos representa gallardamente en
La Haya es tal vez el canto de cisne- se concentró en la definición de nuestras
fronteras y nuestra identidad republicana de cara a los vecinos y el resto del
mundo.
Hoy día, sólo una inseguridad en nosotros mismos puede justificar que
ustedes sigan dedicando los mejores esfuerzos a algo que está esencialmente
resuelto y que se resistan a actualizar la mentalidad decimonónica. Urge una
nueva perspectiva que vea en la integración real -no la ritual que silba en la
boca de políticos de poca monta, ni la dictada por la moda o la corrección
política- la forma inteligente y patriótica de honrar la promesa de nuestra
independencia, de la que pronto se cumplirán 200 años.
En el empeño de la afirmación de nuestras fronteras volcaron sus predecesores
en la Cancillería peruana lo mejor de sí. No desmerezco ni por un instante lo
que hicieron: sin ellos, no habría República del Perú. Entre los cancilleres
que contribuyeron a la afirmación de nuestro espacio como república soberana
hay figuras deslumbrantes.
Cito algunas: el liberal Sánchez Carrión, que entendió bien que, a pesar de
su mesianismo, Bolívar era indispensable para derrotar a España; el escritor
Felipe Pardo y Aliaga, cuyos méritos fueron mayores fuera de la cancillería,
pero que dio lustre y cultura a esa institución; y un Toribio Pacheco, el mejor
canciller de nuestra historia a decir de los historiadores Riva Agüero y
Basadre, un genio que logró la alianza de Perú, Chile, Ecuador y Bolivia ante
la amenaza naval española en 1865 y 1866, y que poco antes explicó al mundo en
textos memorables la justicia de nuestra causa.
La mejor prueba de que era necesario que sus antecesores dedicaran sus
esfuerzos a la afirmación de los límites de la república es que con frecuencia
los tratados que se firmaban eran superados por nuevos conflictos o
circunstancias que obligaban a hacer nuevos tratados.
Por eso hubo que hacer un nuevo tratado con Brasil en 1909, a pesar del que
habíamos firmado medio siglo antes; por eso hubo que ratificar el que teníamos con
Colombia, y que una guerra había puesto en cuestión en 1932 y 1933; por eso
seguíamos firmando protocolos con Bolivia en 1925, 23 años después del primer
tratado limítrofe con ellos; y por eso en 1998 hubo que acabar de sellar una
frontera con Ecuador, a pesar de que existía un tratado desde 1942.
No sorprende, pues, que estemos ahora litigando en La Haya, a pesar de que
en 1999, poco después del Acta de Ejecución que firmamos con Chile, el Perú
anunció que se habían acabado para siempre los conflictos.
Me siento obligado, por un elemental respeto a ustedes, a explicar por qué
creo que tenemos mínimas posibilidades de ganar en lo referente al reclamo
principal y algo mayores, pero no muy grandes, en lo que atañe al segundo.
La tradición jurídica y política peruana mezcla muchos elementos que van a
contrapelo de la formación de quienes van a decidir esto en Holanda. El
positivismo jurídico, el formalismo y el reglamentarismo de nuestra tradición
hicieron que a menudo le busquemos tres pies al gato. La ley no suele ser para
nosotros un conjunto de principios derivados de la sabiduría de los siglos,
sino cualquier cosa que dice el que manda.
La hacemos con tanto grado de irrealidad y la interpretamos de una forma
tan puntillosa y jesuítica que cualquier cosa puede ser vista como la ley y
cualquier cosa como su violación. Esta tradición hace que nos importe la letra
pero no el espíritu.
No importa que el espíritu diga una cosa si la letra, torcida por nuestro
formalismo interpretativo, dice otra. Por eso en la Colonia se decía “se acata
pero no se cumple”. Por eso también tenemos los peruanos una economía informal
tan grande y un respeto tan escaso por la legalidad.
¿A dónde voy? A que si aplicamos esta tradición a los documentos clave del
proceso de La Haya -el Decreto Supremo en el que el Presidente Bustamante y
Rivero proclamó la soberanía sobre las 200 millas marítimas frente a las costas
peruanas, la Declaración de Santiago de 1952 y el Convenio sobre Zona Especial
Fronteriza Marítima de 1954-, podemos concluir que, en efecto, no hay un
tratado perfecto e integral, como lo hubiésemos hecho hoy, de delimitación
marítima con Chile.
Pero, para jueces que prestan más atención a cómo entendían los firmantes
lo que firmaban, cómo actuaron esos gobiernos y los subsiguientes a partir de
dichos documentos, y a cuál era el espíritu, además de la letra, de esos
solemnes papeles, será extraordinariamente difícil concluir que no se acordó
nunca una frontera marítima.
Y eso -haber acordado una frontera marítima- es lo único que pide el texto
de la Convención sobre el Derecho del Mar de 1982, al que nos aferramos como
tabla de salvación. Ella establece que nadie podrá extender su mar territorial
más allá de la línea equidistante “salvo acuerdo en contrario” (artículo 15), y
que la delimitación de la zona económica exclusiva y la plataforma continental
se hará “por acuerdo” entre las partes (artículos 74 y 83).
No dice cómo tiene que ser el acuerdo, ni si puede o no estar incluido en
un texto que se ocupe también de otras cosas, ni si tiene que tener una
redacción determinada. Una revisión a vuelo de cóndor de la jurisprudencia de
la corte sugiere que a este tribunal le importa mucho más si, a partir de los
textos y la práctica derivada de ellos, se puede interpretar que hay un acuerdo
que el estilo, la amplitud, el detalle y las formalidades de lo suscrito.
Bajo esta premisa, enumero aquí algunos elementos que lesionan nuestro
caso. Ofrezco primero los que se refieren al reclamo principal y luego los que
tienen que ver con el segundo reclamo.
-El Decreto Supremo de 1947, con el cual el Perú proclamó su soberanía y
jurisdicción sobre las 200 millas, siguió a la declaración con la que el
Presidente de Chile hizo lo mismo. Los gobiernos notificaron uno al otro esta
proclamación.
En 1952, ante la violación de sus respectivos espacios por flotas
extranjeras, se reunieron Perú y Chile, y se les sumó Ecuador, para formalizar
en términos internacionales lo que habían hecho unilateralmente en 1947. Como
prueban las actas de la reunión, hay una decisiva línea de continuidad entre
los textos de 1947 y la Declaración de Santiago de 1952. Esto ayuda a entender
la falta de especificidad y detalle en el texto de 1952 y lo mucho que todas
las partes daban por establecido.
-En 1955, García Sayán, el canciller peruano que firmó con Bustamante y
Rivero el Decreto Supremo de 1947, publicó un boceto en su libro Notas sobre la
soberanía marítima del Perú con la zona marítima peruana. Allí figuran los
paralelos como límites.
-El Decreto Supremo de 1947 dice que las 200 millas se medirán siguiendo
los paralelos geográficos, que era entonces la manera de trazar el perímetro
exterior de una zona marítima. Así se había hecho en 1939, en la Declaración de
Panamá, para establecer un cordón de seguridad en el mar alrededor de todo el
continente americano. Hoy el Perú ya no usa el método para fijar las 200
millas, pero el cambio no afecta los paralelos, sólo lo que está en su zona.
-Cuando Chile invitó a Ecuador a la reunión en la que se iba a firmar la
Declaración de Santiago y otros convenios en 1952, le comunicó que determinar
“el mar territorial” era el primer objetivo. No dijo que el objetivo era sólo
firmar un convenio de pesca.
-La idea de que la Declaración de Santiago es un simple convenio pesquero
choca con dos hechos: al mismo tiempo que ese documento, que fue el principal,
se firmaron otros más, entre ellos uno de pesca. Además, el título, el
preámbulo y el texto confirman que los países estaban fijando su soberanía
marítima, algo, por lo demás, que sentó precedente mundial: el principio de las
200 millas que se incrustó en el derecho marítimo universal, como lo dice la
ONU, nació allí y en las proclamaciones de 1947.
-El artículo IV de la Declaración de Santiago, que se refiere al paralelo
como límite de la zona marítima, lo hace en referencia al caso de que haya
islas de un país firmante que estén a menos de 200 millas de la “zona marítima
general” de otro. El artículo supone, pues, la existencia de una zona marítima
general claramente delimitada de cada uno de los tres países. Si no, ¿cómo
puede una isla estar a menos de 200 millas de ella?
-Las actas de la reunión que produjo la Declaración de Santiago registran
que el artículo IV nació como producto de un pedido del delegado ecuatoriano,
quien solicitó que se dejase en claro que “la línea limítrofe de la zona
jurisdiccional de cada país” era el paralelo del punto en que la frontera
terrestre llega al mar. Los delegados del Perú y Chile redactaron el famoso
artículo IV con ese entendido, que las actas han inmortalizado.
-En 1954, en las reuniones para suscribir los acuerdos de ese año, se
discutió la Declaración de Santiago firmada en 1952 y la correcta
interpretación del artículo IV, que habla del paralelo en caso de haber islas. Ecuador
pidió incorporar un artículo que dejara muy claro que el paralelo es la
frontera que divide las aguas jurisdiccionales. Los delegados de Perú y Chile,
como dicen las actas oficiales, dijeron que ello sería redundante porque estaba
claro en el artículo IV de la Declaración de Santiago. Todos estuvieron de
acuerdo en que figurara oficialmente en las actas.
-El Convenio de Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954 fija la frontera
en el paralelo en su primer artículo expresamente, sin mencionar islas.
-En la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso peruano que en 1955
ratificó la Declaración de Santiago y la Convención de 1954, el diputado Peña
Prado afirmó que el propósito de la conferencia de 1952 había sido establecer
los límites marítimos. Es el único discurso que se conoce porque lo publicó “La
Crónica” completo.
-Hay varios mapas del Perú aprobados por la Cancillería con los límites
marítimos basados en el paralelo de latitud, de acuerdo con un Decreto Supremo
de 1957 que decía que no se podía publicar mapas sin su autorización.
-Cuando Colombia firmó su tratado de límites con Ecuador en 1975, el
canciller colombiano fue al Congreso a sustentar el pedido de ratificación.
Allí justificó el uso del paralelo como límite marítimo porque había sido el
utilizado en la Declaración de Santiago por Perú, Chile y Ecuador. Por otro
lado, el Departamento de Estado norteamericano ha publicado el mapa con los
límites marítimos del Perú y Chile.
-Entre los demás países sudamericanos, el método de delimitación que rige
es el del paralelo de latitud, no la línea equidistante u otra fórmula. Todos
ellos, cuyos tratados son muy posteriores a los años 50, se inspiraron en el
Perú, Chile y Ecuador.
-En 1969, en el juicio sobre el mar del Norte en La Haya, bajo la Presidencia
de Bustamante y Rivero, el tribunal oyó a Alemania, Holanda y Dinamarca
referirse a la Declaración de Santiago como el documento que había fijado
límites marítimos entre Perú, Chile y Ecuador. Junto con el fallo final,
Bustamante Rivero emitió, como se acostumbra, una opinión personal sobre el
caso. No objetó esa interpretación.
-El Acta de 1930, que dio cuenta del trabajo de la Comisión Mixta de
peruanos y chilenos por encargo oficial para demarcar la frontera terrestre de
acuerdo con el Tratado de Lima, dice que la “línea demarcada de frontera parte
del océano en un punto en la orilla del mar situado a 10 kilómetros hacia el
noroeste del primer puente sobre el río Lluta”.
Al decir que el primer hito está en la orilla del mar, no hay contradicción
que salte inmediatamente a los ojos entre eso y los textos que muchos años
después hablan del paralelo “del punto en que llega al mar la frontera
terrestre” (1952) y del “hito número uno, situado en la orilla del mar” (Acta
de 1969 de Comisión Mixta que tuvo el encargo oficial de poner las marcas de
enfilación para materializar la frontera marítima).
Como La Haya no está facultada para fallar sobre la frontera terrestre, le
es indiferente la eventual diferencia entre el hito y un punto exacto en que la
frontera toque el mar.
-Antes de acordar los límites marítimos con Ecuador en 2011, el Perú
sostenía (lo hizo incluso en la documentación inicial presentada en La Haya en
2009) que no había un problema de delimitación marítima con el vecino del
norte. ¿Hay congruencia entre esto y decir que lo que fijó las fronteras con
Ecuador es el acuerdo de 2011 y no la Declaración de Santiago? El propio
Presidente de Ecuador y el Presidente de Chile hicieron una declaración
conjunta formal el 1 de diciembre de 2005, en la que sostuvieron que los
límites habían sido fijados por la Declaración de Santiago.
-Cuando el embajador Bákula viajó a Chile en 1986, para plantear la
posición peruana contraria al paralelo como límite, el Perú recogió en un
memorándum su actuación. Se decía que esa era la “primera presentación” de la
posición peruana. Habían pasado varias décadas desde los documentos oficiales
que se referían al paralelo.
La tesis de que un arreglo provisional puede durar tantas décadas es
rebuscada. Bákula también dejó en claro que el planteamiento surgía de los
nuevos elementos de la Convención sobre el Derecho del Mar de 1982. La tesis
chilena de que el Perú firmó y aceptó durante mucho tiempo una frontera, y
luego la quiso modificar en vista de la evolución del derecho marítimo, tiene
aquí un punto de apoyo.
Con respecto al triángulo exterior, estos son algunos elementos que hacen
muy difícil que se atienda el segundo reclamo peruano:
-Hay seis fronteras marítimas en Sudamérica y varias más en otras partes
del mundo que crean triángulos exteriores. Suele ocurrir cuando se usa el
paralelo como límite. Cuando se fija una frontera, sólo se ejerce soberanía,
según la jurisprudencia de la corte de La Haya, en la zona delimitada, aunque
quede una zona exterior que de otro modo hubiera pertenecido a las 200 millas
de una de las partes.
-El Decreto Supremo del Perú de 1947 dejaba abierta la posibilidad de
extender la zona marítima más allá de las 200 millas, algo que también Chile
había determinado oficialmente. Aunque sabemos que no ocurrirá, este
entendimiento fijado en normas legales dificulta que el Perú ejerza soberanía
en el triángulo exterior.
No se puede descartar que, en la eventualidad de fallar contra el Perú en
lo principal, la corte trate de compensar esa decisión dándonos el triángulo
exterior. No es demasiado probable que lo haga, porque si decide que el Perú
suscribió acuerdos que delimitan la frontera y, al mismo tiempo, nos otorga el
triángulo exterior, creará un precedente que puede suscitar reclamos similares
de muchos otros países.
Pero como los jueces no son máquinas sino seres humanos, siempre cabe la
posibilidad de que quieran evitarle al Perú un revés sin contemplaciones y nos
den esta zona buscando argumentos jurídicos para ello.
Me equivoque o no, lo esencial de esta carta seguirá en pie: ha llegado la
hora de que Torre Tagle dé un salto mental muy grande. El Perú tiene que poner
su política exterior a la altura de su progreso económico y del mundo en que
vivimos, que exige menos fronteras psicológicas y más imaginación. Una forma de
hacerlo es acelerar la integración con nuestros vecinos.
¿Cuál es la razón por la que no debemos venderle a Chile gas natural o
electricidad, como sostienen tantos compatriotas nuestros? En la eventualidad
de que quisieran comprarlo, lo que no será fácil, dado el escarmiento que
sufrieron por confiar en un acuerdo de suministro de gas con Argentina que
Buenos Aires incumplió, no sólo haríamos un buen negocio: también acometeríamos
un acto de integración irreversible. Integrar nuestras redes de interconexión
eléctrica es algo que está al alcance de la mano.
Hay muchas formas, pero lo que importa es el principio y la voluntad.
Vender gas a Chile, además de electricidad, como se lo vendemos a una decena de
países, no es un acto de lesa patria: no hacerlo es un acto poco moderno.
También tendríamos que pensar -y qué rol tan importante podría jugar una
Cancillería desprejuiciada en esto- en no ser un obstáculo para que Chile y
Bolivia lleguen a un acuerdo que voltee la página del eterno conflicto por la
mediterraneidad del segundo.
Siempre hemos vetado, porque el Protocolo Complementario del Tratado de
Lima de 1929 nos lo permite, el que Chile otorgue a Bolivia un corredor por el
norte de Arica, antiguo territorio peruano. No habrá razón para seguir vetando
semejante solución si, eventualmente fortalecido por un resultado airoso en La
Haya, Chile decide, con este gobierno o el siguiente, explorar semejante
posibilidad.
Si en lugar de estar enfrentados en juicios internacionales diéramos un
impulso mucho más audaz a la Alianza del Pacífico, un esfuerzo regional
potencialmente más dinámico que el Mercosur y el Unasur, dado que México está
preparándose para una gran década y que Brasil se resiste a ejercer el
liderazgo regional que todos quisiéramos, lograríamos triunfos más
transformadores para nuestros ciudadanos que los de cualquier tribunal
extranjero.
¿Por qué tenemos, en nombre de una buena vecindad mal entendida, que
resignarnos a que los países del Alba sean los que marcan la pauta al
continente en temas regionales en lugar de intentar, sin confrontaciones
ideológicas contraproducentes, que seamos los mejores quienes marcamos ese
rumbo? Por “mejores” entiendo los países que van a la vanguardia de América en
lo que se refiere a su ímpetu en pos del desarrollo.
Chile será el primero en cruzar ese umbral, del que lo separan unos cinco
mil dólares per cápita, y el Perú puede ser uno de los tres o cuatro siguientes
si logra acabar de incorporar a los de abajo a la prosperidad. Para lograrlo,
tenemos que desapolillar una mentalidad que nos sirvió durante mucho tiempo,
pero que ahora es un enemigo al que debemos derrotar en el tribunal del siglo
XXI.
Ojalá que, si sufrimos un revés en La Haya, no nos abandonemos al rencor y
lo convirtamos en una oportunidad para mostrarnos a nosotros mismos que hemos
dejado atrás la infancia de la república.
En parte dependerá de ustedes.
Sábado, 15 de diciembre de 2012
Publicado en el diario La Tercera, de Chile.