Desde Africa a Latinoamerica: Un español nada casto
Hombres, mujeres y ninos africanos en una plantacion de la costa del Peru |
La castidad de las lenguas no existe. Todas se nutren de sus predecesoras, de vocablos traídos de otros lugares o surgidos del habla popular. El lenguaje de Latinoamérica es sincrético, se nutre de muchas culturas, entre ellas la africana, y su presencia se denota en la musica, arte, cocina, cultos religiosos, fiestas costumbristas en latinoamerica y en la literatura hispanoamericana. La presencia de la lengua Swahili o Suajili es evidente en muchas expresiones costumbristas en Colombia, Peru, Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, Cuba y Puerto Rico.
Los suajili son una de la
etnias de la costa del continente africano que han sufrido por años en las
manos de los portugueses. Los suajili son una etnia de cutis
negra de la costa africana que en total son 1.328.000 personas y que apenas 90
millones dominan el idioma propio. En general están en las costas e islas de
Kenia y Tanzania y en el norte de Mozambique. Fuera el idioma suajili que es de
origen bantú, muchos de su etnia domina uno de estos tres idiomas portugués, inglés
y francés. Tuvieron mucho contacto con los árabes en tiempos antiguos y por
esto podemos decir que estos los influenciaron en la religión musulmana que los
dejó como legado. La palabra suajili viene de la palabra árabe sawahil que es
el plural de sahil que significa costa, queriendo referirse a los habitantes de
la costa africana. Para algunos la origen de los suajili se remonta en el siglo
15 cuando en las costas africanas llegaba los navíos árabes en busca de
esclavos, los soldados baluchis que pasaban en la región, los nómadas somalíes
y los esclavos bantúes. La mezcla de todo este pueblo en esta costa africana ha
dado origen al suajili.
Un español nada casto
Por: Maruja Muñoz
“José Arcadio Buendía amaba la época en que el circo llegaba a Macondo” Gabriel García Márquez usa un vocablo de origen bantú, para designar el lugar donde se desarrolla “Cien años de soledad”. Según el autor de “Estudios lingüísticos hispánicos, afro hispánicos y criollos”, Germán de Granda, makondo en idioma bantú significa plantación de banano. Efectivamente, la cuna del Premio Nobel colombiano fue tierra de cultivos de plátano y crianza de ganado, donde estuvieron arraigados descendientes de africanos. “La sociedad abigarrada, multirracial, mulata, que describe García Márquez y que corresponde a la fisonomía de un territorio en el que indios, blancos y, sobre todo, africanos han vivido juntos durante varios siglos”, precisa De Granda. Y García Márquez, al rememorar su pueblo de Aracataca, revela la existencia de una hacienda vecina al lugar llamada Macondo.
Familia numerosa
Unas 750 lenguas de las más habladas en África, forman parte de la familia bantú, entre ellas el zulú y el xosa de Sudáfrica, el makua de Mozambique, el shona de Zimbabue, el bemba de Zambia, el kimbundu y umbundu de Angola, el swahili y sukuma de Tanzania, el kikuyu de Kenia, el ganda de Uganda, etc., habla original de millones de hombres y mujeres traídos en condición de esclavos a tierras europeas y americanas, a quienes se quiso extirpar su idioma, cultura y religión. Pero ellos supieron perpetuar su esencia mediante el sincretismo.
Fernando Romero en su libro “Quimba, Fa, Malambo, Ñeque” rescata unos
quinientos vocablos que aportaron los africanos a Hispanoamérica. De allí que
al saborear un delicioso cau cau, sin saberlo, usamos un vocablo de Guinea,
kaukau, y otro del bantú: mondongo. Lo mismo si comemos una banana (aporte
bantú a la lengua inglesa) o libamos un guarapo, no así ajiaco de origen
nigeriano, ni tacu tacu del yoruba.
Rumba chévere
“Ahora sí la conga, señora Manonga y no se componga, que se desmondonga. ¡Vamos! Quien no vio bailar la conga no ha visto cosa buena y sabrosa”, relata Ricardo Palma en su tradición “La conga”, canto de aire africano que se bailaba como la zamacueca y que en lengua bantú: kong, significa montaña. Para el antropólogo y etnólogo cubano Fernando Ortiz, la explosión cultural de la diáspora africana se instala con la música y la religión en el continente americano, así como en España y Portugal donde, asegura, influyeron al flamenco más que la cultura mora.
La condición de comunidad marginal compartida por negros y gitanos originó una tácita solidaridad: “muchos desertores de la España oficial, entre ellos negros esclavos o libertos, eran acogidos por los gitanos, lo que debió favorecer la fusión de músicas. En el siglo XVI y siguientes, África invadió los pueblos de un lado y otro del Atlántico con sus tambores, marimbas y sambombas y con sus mojigangas, ñaques, gangarillas, bululúes y demás bailes e histrionismos que van a las procesiones, a los teatros, y a todo jolgorio popular”, dice Ortiz.
Mambo swahili
“Los instrumentos usados por las orquestas de hoy son, en su mayoría, un legado africano como las panderetas, sonajas, casi todos los instrumentos de percusión: tambores bata (usados para convocar a los orishas), bongó, marimba, o de viento como el banjo.
¿Sabrían los admiradores de Louis Armstrong que el jazz viene de la voz
mandinga yas? El “Merengue apambichao” de la Sonora Matancera es un baile de
Senegal donde merengue significa temblar, estremecerse como el enfermo de
dengue, voz swahili. En los años 50 también hizo furor el chachachá,
onomatopeya quimbundú del sonido de los cascabeles que las bailarinas de Angola
usan alrededor de las piernas.
El colombiano Carlos Vives debe su fama a una música ancestral de la costa
Caribe colombiana, fusión de ritmos indígenas y africanos. En el vallenato,
salvo el germánico acordeón, los demás instrumentos son creación
afrocolombiana: la guacharaca, instrumento musical de rascado, la caja, tambor
pequeño cuyo parche se fabricaba con el buche del caimán y actualmente de cuero
de chivo o carnero. El vallenato también se interpreta con guitarra,
instrumento que los afrodescendientes adoptaron en sustitución del banjo.
Entre los atractivos de la fiesta de La Candelaria, en Puno, destacan las
danzas saya, surgida del tun tun del tambor africano usado por los esclavos que
trabajaban en las minas de Potosí.
Otras danzas afroaltiplánicas son la morenada y la diablada, comparsa mixta
donde las mujeres cantan y bailan moviendo las caderas, hombros y manos,
mientras que los hombres, guiados por el diablo mayor, ejecutan la música al
son del bombo, originario del norte de África e introducido a las cortes
europeas en el siglo XVIII.
El tango y la tanga
“...hace un tiempo que los negros de Malambo en lugar de marinera bailan
tango” (Manuel Covarrubias).
Hacia 1810, casi la mitad de la población bonaerense era negra y como en
toda América, la influencia africana en Argentina es tan notable como negada.
El candombe fue perseguido y prohibido como aquí la zamacueca. Lo mismo ocurrió
con su pariente sucedáneo, el tango.
Se denominaba tango a los lugares de concentración de africanos previo al
embarque y al sitio donde, ya en tierra americana, se los ofrecía en venta.
Eran igualmente tangos las sociedades de negros y sus bailes se convirtieron en
la milonga (del bantú, que significa mezcla) y el tango porteño. A principios
del siglo XIX, la melodía que dio fama a Gardel, era baile de hombres, típico
de la cultura africana.
La chacarera y la payada, reciben también influencia africana. El lenguaje
argentino desborda de términos afro como mina (mujer), mucama, quilombo,
marote, mandinga, zamba, etc.
La tanga no es un invento de Carlos Ficcardi. “Esta voz que impropiamente
se cree que ha comenzado a emplearse en el traje de baño femenino, en realidad
vino a Sudamérica con los esclavos negros, como la única pieza de vestuario y
con el propósito de que cubriera sus vergüenzas”, refiere Romero.
Etimológicamente tanga deriva del kumbundu “ntanga” que significa cobertura
para tapar algo. Dice Romero que hasta bien entrado el siglo XX “la tanga fue
usada por los cargadores negros que trabajaban en los muelles de Río de
Janeiro” y lo que hizo el genovés Ficcardi en Brasil (1974) fue recrear la
tanga africana para uso femenino y deleite visual masculino.