El inmigrante peruano y su experiencia religiosa
Inmigrantes peruanos cargadores del Cristo Morado en Francia |
El
inmigrante peruano y su experiencia religiosa. La espera como
competencia:
.
Yo quiero tener mi propia casa. La idea
es ahorrar acá y volver para allá. Yo no me quiero quedar acá. El cuarto es muy
pequeño. Yo quiero tener mi comodidad, como yo la tenía allá. No vivía en ‘cuna
de oro’, pero tenía comodidad. Además, acá mi vida es rutinaria, me levanto,
voy al trabajo, vengo, paso al supermercado Líder.
(Abigaíl, peruana de 22 años, en condición de residencia
irregular, empleada doméstica, habita en Santiago hace dos años y tres meses).
Todos estos planes me animan a
levantarme a trabajar. Porque a veces uno se cansa del trabajo, pero cuando
pienso en proyectos, me animo.estos
(Anais, peruana,
27 años, empleada doméstica, vive en Santiago hace seis años)
Mi mamá me dice ‘no te cases’, ‘que no
te embaraces’ y, ahora que regreso, sí me está diciendo vente para que te
cases.
(Anais, peruana, 27 años, empleada doméstica, vive en
Santiago hace seis años)
Yo lloraba todos los días. Todas las
noches. Como dos veces al día. Fue terrible dejar mi familia y mis hijos. Mi
hermana me dijo ‘vente para acá que está buena la situación’. Pero es muy
triste, es terrible. [1]
(Laura, peruana, 45 años, empleada doméstica. Vive hace
diez años en Santiago)
Emociones como
cansancio, desánimo, incomodidad y tristeza encontramos presentes en estos
relatos, que corresponden a distintas historias de vida de inmigrantes peruanas
que se han instalado en Santiago durante las dos últimas décadas. Por una
parte, dichos discursos reflejan el dolor experenciado por la persona al tener
que dejar su tierra de origen y su familia en búsqueda de nuevas oportunidades
económicas. Dan cuenta del sacrificio vivido en la ciudad de “acogida”, al
tener que trabajar en condiciones muy precarias, habitar en residencias
pequeñas y pocos higiénicas, y hasta tener que postergar sus relaciones
amorosas o su maternidad, como cuenta Anais, antes citada.
Sin embargo, por otra parte, encontramos igualmente
nociones más esperanzadoras, como proyectos para salir adelante y lograr un
mayor bienestar, que refieren por lo general a la ilusión de un mejor porvenir.
Bajo su mirada, todo esfuerzo, hasta el más radical, como es el de abandonar a
sus hijos, tiene sentido si existe una posibilidad de mejoría familiar. Todo vale
la pena si se logra alcanzar el proyecto. El sacrificio es compensado
siempre y cuando se pueda salir adelante, como señala repetidas veces
Laura.
A partir de las narraciones de estas personas, surgen
algunas interrogantes: ¿Cómo una madre es capaz de dejar sus hijos en su país y
resistir el desgarro de la separación? ¿De dónde la persona obtiene las fuerzas
para llegar a un nuevo país y enfrentar distintas dificultades? ¿Cómo se
origina esta capacidad individual y/o colectiva del migrante peruano? Dicho más
simplemente, ¿cómo el inmigrante aprende a esperar?
En estas líneas se tratará de analizar la noción de la
espera, un momento aparentemente ordinario de la vida social, pero que
adopta un carácter enteramente particular en el caso de los migrantes peruanos
de Santiago. Antes de comprender la espera como algo dado y evidente, vamos a
comprenderla como una competencia situada que se aprende, desarrolla y
actualiza mediante las distintas pruebas y circunstancias vividas por la
persona. Al hablar de competencia tomaremos la definición de Boltanski
de su libro L’amour et la justice comme compétences (1991) quien la
entiende como un saber-hacer (savoir-faire) o un poder-hacer (pouvoir-faire)
que se adquiere por medio de la actividad del individuo. En otras palabras, no
queremos definir la espera a partir de propiedades permanentes o intrínsecas[2], sino más bien
en función de las sucesivas pruebas de espera que ha confrontado la
persona y que van forjando un saber-esperar.
Por otra parte, tampoco queremos proponer ningún tipo de
juicio de valor respecto a si la espera en este caso es una facultad “resiliente”
o “alienate”, sino comprender cómo se constituye esa competencia. Denominaremos
entonces prueba de espera aquellos lugares, situaciones o instrumentos
que permiten desarrollar esa competencia.
La pregunta entonces es, ¿cómo se desarrolla y aprende
esta competencia? Lógicamente existe una heterogeneidad de elementos que
inciden en la capacidad de espera de la persona, desde componentes biográficos,
condiciones económicas con las que viene la persona, red de apoyo, entre muchos
otros. No obstante, existe un espacio donde la noción de espera adopta un
carácter particular y constitutivo en la comunidad de migrantes peruanos: nos
referimos a la práctica religiosa cristiana. En esta instancia sacramental la
espera se re-actualiza con elementos que van más allá de la espera terrenal,
potenciando la espera cotidiana y biográfica del migrante peruano.
Para comprender esto, en el presente texto se explicará,
en una primera parte, la importancia que adquiere la espera en la
religión cristiana desde sus orígenes y sus principales características.
Posteriormente, en una segunda instancia, y a la luz de una de las tradiciones
cristianas populares que más representa a la comunidad peruana en Santiago, la
procesión del Señor de los Milagros, se analizará cómo esta competencia se
re-actualiza y llena de sentido en el inmigrante y su grupo.
Según algunos análisis filosóficos existentes en torno a
las religiones, la primera vez en la historia que la palabra espera pasa
a tener un valor central y transformador en el modo de vida de los individuos,
fue a partir de la Era Cristiana. Si la escatología[3], hasta antes
del nacimiento de Cristo se basaba en la certitud del pasado, en la
rememoración de los días felices del tiempo del David y que se cumplirían en un
último día; a partir de su llegada, se vincula fundamentalmente al anuncio del
Nuevo David, del Nuevo Templo, de la Nueva Jerusalém, de la Nueva Alianza. La
escatología, en este sentido, traslada su referencia al pasado hacia lo que va
a venir, al día de la Apocalipsis.[4]
Cristo, desde la visión de los cristianos, pasa a ser
entonces el primero y último, tanto en el orden de las cosas como de los
humanos. Con ello, su llegada otorgó una nueva estructura al tiempo,
convirtiéndose en el determinante del ritmo de una historia que marcha entre
dos polos, entre su nacimiento en tiempos de la Palestina y su descendencia en
el día final del mundo. Es un tiempo que viene de para ir
hacia y que transcurre gracias a una esperanza, generando una espera
plena de sentido[5]. Dicho en
palabras cristianas, al principio está el Padre, y al final, el Señor[6]. De aquí, que
los cristianos comiencen a contar los años (año cero) a partir del nacimiento
de Jesucristo.
Así, desde el Nuevo Testamento el tiempo comienza a ser
entendido como una sucesión continua de momentos, como una flecha orientada
hacia un telos histórico haciendo la distinción entre pasado, presente y
futuro. Esto se observa, por ejemplo, en el primer capítulo del Génesis, en el
versículo primero, que dice en el principio Dios crea…; y, al final de
la Biblia, en el último capítulo de la Apocalipsis, en el veintidós y versículo
veinte, el evangelista Juan señala Vengo pronto[7].
Desde la Era Cristiana comienza a existir un tiempo
lineal en oposición a la concepción griega, quienes tenían una noción del
tiempo circular. Antes, en el helenismo el hombre y las cosas se movían en un
tiempo sin un fin determinado, donde dominaba más bien una conciencia temporal
cíclica, y los momentos y los procesos se repetían recurrentemente.[8]Al respecto, el
sociólogo alemán, Rammstedt Otthein[9], argumenta que
en las sociedades fuertemente jerarquizadas, como la griega, la forma primaria
de experiencia del tiempo se distinguía entre un antes y un después, sin
embargo, pasado y futuro eran estructuralmente idénticos. El recuerdo del
pasado cobraba el mismo sentido que en la predicción de lo que vendrá, de esta
forma el espacio de la experiencia y el horizonte de la espera coincidían
perfectamente.
En otras tradiciones como la judía que datan,
evidentemente de antes de Cristo, el punto de partida es el Génesis, la
narración de la Creación que une el origen, por un lado, del cosmos y, por
otro, del tiempo. Es en la Génesis que se van a resolver los pensamientos
orientales de mitos complicados… sus tradiciones rituales y que
definitivamente orientaron el pensamiento griego[10]. A través del
nacimiento de este cosmos creado por un Dios único se establece un vínculo
histórico dejando de ser mítico, como lo era en la época Griega y en otras
culturas mitológicas.
De esta manera, el hombre judío está marcado, por una
parte, su creación pero, por otra parte, el hombre cristiano también por su
escatología basada en lo que va a venir. Por esta razón, el cristiano, a
diferencia del judío, no puede vivir sin pensar en las realidades que van a
llegar[11]. Comienza a
habitar en un tiempo futuro, en la espera de la llegada del Señor. Sin embargo,
ésta no se trata de una espera vacía o pasiva, donde la persona debe esperar
que el tiempo pase para poder llegar a ese objetivo. El presente, bajo esta
mirada, es más bien activo porque el hombre creyente, el cristiano, sabe que
tiene un número de horas, de días, y no más: es lo que tiene que aprovechar[12]. El hombre
tiene la posibilidad de ir creando y transformando su vida, atribuyéndole su
máxima potencialidad al tiempo. El “después” en este sentido se presenta como
una posibilidad[13].
En segundo lugar, es posible afirmar que se trata de una
espera que es enfrentada de manera positiva, con mucha esperanza e ilusión. No
hay ciclos: está metido en una especie de línea, donde a veces la angustia lo
hace mirar cómo va deshaciéndose de cada cosa. Gracias al factor maravilloso de
la memoria, el hombre es capaz de reconstruir lo que fue, lo que está siendo, y
gracias al espíritu, proyecta en un mañana lo que va a venir[14]. De esta
forma, cada momento pasa a ser una etapa de un itinerario cristiano que camina
delante de un Dios hacia un futuro salvador.
Como tercera particularidad, se observa una espera basada
en la paciencia, vivida sin ansiedad y desesperación: el texto de la
Apocalipsis declara: ‘aquel que viene llegará y no tardará’, se trata en exte
contexto de la espera cristiana concebida como un tiempo de paciencia.[15]
Cabe destacar que la noción de espera cristiana ha sido
analizada en otras diásporas de siglos anteriores, particularmente vinculada a
la esperanza de la tierra originaria o prometida. Según la historiadora Natalia
Muchnik[16], si hay algo
que caracteriza la diáspora de la época moderna, de los siglos XVI, XVII y
XVIII, es su visión religiosa de la comunidad-tierra de destino. En diásporas
como las de los sefardíes, los católicos británicos, los hugonotes y los
moriscos, todos vinculados de algún modo a la cultura cristiana, a diferencia
de aquellas de la época contemporánea cuyo sentimiento de pertenencia a un territorio
está asociado a la intención y voluntad de restaurar un Estado-Nación, la
dimensión religiosa se superponía a la política. La ilusión de fundar una
patria en un determinado espacio, próximo o perdido, se basaba en una fuerza
religiosa que lograba unificar a la población dispersa en el territorio, hacia
un combate colectivo por defender la fe. Era una lucha que se integra en una
concepción escatológica del retorno[17], argumenta la
historiadora.
II. El Señor de los Milagros como una prueba de la
espera.
El Señor de los Milagros es lo más importante para
nosotros los peruanos. Yo, al menos, le pido todos los días para que me proteja
en todo lo que hago[18], señala una
peruana que vive hace aproximadamente doce años en la capital.
Peticiones como a la ayuda para la obtención de un
trabajo, la consecución de un préstamos bancario, la mejoría de un familiar
enfermo, entre muchas otros milagros vinculados al diario vivir son los que
miles de peruanos cada año rezan al Cristo Morado, más conocido como el “Señor
de los Milagros”. Para ellos, contar con un recurso transcendental y místico
como es el Señor de los Milagros, tiene un valor fundamental para su lucha
diaria. Ellos depositan en él sus sufrimientos y anhelos del presente para sean
transformados en el avenir. Gracias a la confianza en él renuevan sus
esperanzas, quien les entrega la convicción de que vale la pena el sacrificio,
vale la pena esperar.
Es tanta la adoración que ellos tienen hacia Cristo
Morado, que todos los años, en el mes de octubre, cientos de personas, en su
mayoría extranjeros, se reúnen en el centro de Santiago, para comenzar la procesión
de seis horas, que va desde la Plaza de Armas hasta la Parroquia Italiana y
Latinoamericana, ubicada al frente del Parque Bustamante. La importancia que
tienen estas celebraciones en la vida de los peruanos se manifesta en el
sorprendente crecimiento de éstas en los últimos años, así como en el aumento
del número de asistentes, en la ocupación de nuevos espacios en la ciudad y en
la visibilidad y espectacularidad de las mismas, al congregar vestimentas
típicas, colorido, manjares y música del Perú.[19]
¿Quién es el “Señor de los Milagros”? ¿Cómo surge esta
tradición?
Según lo que cuenta la tradición católica, a mediados del
siglo XVII, la capital de Perú, Lima, era una ciudad de inmigrantes,
proviniendo en su mayoría de África Occidental. Los creyentes, al igual que en
la actualidad, formaban en ese entonces cofradías o grupos de hermandad
religiosa, donde se reunían para orar en conjunto y adorar a sus respectivos
santos e imágenes divinas.
Alrededor del año 1650, una cofradía de la zona de
Pachacamilla (llamada así, porque allí habitaron unos indígenas de la zona
prehispánica del dios Pachacamac), en ese entonces ubicado a las afueras de
Lima, pintó en una de las paredes de adobe de su sede la imagen de Cristo en la
cruz. Cinco años más tarde, el 13 de noviembre de 1655, ocurrió un terremoto
que afectó enormemente a Lima y Callao. Todas las paredes del local de la
cofradía se derrumbaron, menos aquella donde estaba plasmada dicha imagen que,
según lo que cuentan, quedó intacta sin quebraduras.
A partir del año 1671, un residente encontró la imagen y
comenzó a venerarla, uniéndosele más tarde nuevos devotos, denominándolo El
Santo Cristo de los Milagros o de las Maravillas. Posteriormente, en el año
1687, ocurre otro desastre natural, en este caso un maremoto que arrasó con
Callao y parte de Lima. La capilla que se había construido en torno al Cristo
se derrumba, quedando nuevamente intacta la pintura. Tiempo después se decide
crear una copia en oleo de la imagen, la cual comienza a ser utilizada en las
calles, la que inagura en los días 18 y 19 de octubre de cada año la procesión[20].
El Cristo morado y la procesión del Señor de los Milagros
han migrado con los peruanos como parte de la fe religiosa y popular[21]. No es solo en
la capital de Chile, que se lleva a cabo a cabo esta tradición. Ciudades como
Iquique, Valparaíso, Atlanta, Asunción, Barcelona, Belo Horizonte, Bogotá,
Bucarest, Buenos Aires, Chicago, Cuenca, El Cairo, Estocolmo, Filadelfia,
Friburgo, Génova, Ginebra, Iquique, Madrid, Milán, New Jersey, New York, París,
Pennsylvania, Rennes, Rio de Janeiro, Roma, Turín, Washington y Zúrich, sin
contar las peruanas, experimentan y acogen esta tradición peruana que data de
la época pre-hispana. Tanto es la expansión de esta tradición por el mundo, que
15 de octubre de 2005, el Vaticano, designó por unanimidad nombrar al Señor de
los Milagros como Patrón de los Peruanos Residentes e Inmigrantes.[22]
A través de esta tradición podemos dar cuenta cómo las
personas depositan su esperanza en una figura religiosa, dando entender que sus
vidas no dependen de ellos mismos sino también de un Otro. Naturalmente la
interrogante que cabe hacerse frente a esta devoción, es si se trata de una
espera activa, donde la fe actúa como un elemento movilizador de la acción en
el presente, o es más bien pasiva, donde el exceso de confianza en Dios y las
figuras divinas, llevan a depositar en un alguien (externo) el propio poder de
transformación del individuo. Esta última, es la gran crítica que el filosofo
Ernest Bloch desarrolla a la espera cristiana[23]. Antes de
esgrimir cualquier respuesta a priori, esta pregunta merece ser analizada
empíricamente.
January 31,
2012
Por Verónica Correa. Estudiante de doctorado
Ecole des Hautes Etudes en Science Sociales
[1] Entrevistas
realizadas en el mes de marzo del año 2011, dentro del marco de la tesis de
doctorado « Trajectoires en attente, territoire de l’attente : Le centre-ville
de Santiago (Chili) et l’immigration des pays voisins depuis les années 1990 »,
Ecoles des Hautes en Science Sociales Paris.
[2] Por ejemplo,
desde un punto de vista “culturalista” se podría decir que ciertas comunidades,
religiones o incluso culturas son más propensas a la espera que otras. Aquí
trataremos de alejarnos de este determinimo cultural, para observar por el
contrario como se fabrica esa “cultura” de la espera.
[3] Refiere a los
tratados existentes – de las teorías apocalípticas religiosas- de las
realidades últimas, como la muerte, el juicio final, el infierno, la gloria o
el cielo. SAYES, José Antonio. Escatología. Palabra : Madrid, 2006.
[4] PATTARO,
Germano. « La conception chrétienne du temps ». Dans : RICOEUR, Paul. Les
Cultures et le Temps. UNESCO : Paris, 1975.
[5] Traducción
propia. RICOEUR, Paul. Les Cultures et le Temps. UNESCO: Paris. P. 216.
[6] SILVA, Luis
Eugenio. « La noción cristiana de tiempo”. Escritos de La UC mira a Chile.
Universidad Católica de Chile. Santiago, 11 agosto, 2004. P. 1
[7] Idem.
[8] PATTARO,
Germano. Op. Cit. P. 196
[9] RAMMSTEDT,
Otthein, 1975, citado por ROSA, Hartmut. Accéleration. Une critique sociale
du temps. Suhramp Verlag, Franfort, Berlin, 2005. Traduit par RENAULT,
Didier. La Découverte : Paris, 2010.
[10] Traducción
propia. NEHER, André. « Vision du temps et de l’histoire dans la culture juive
». Dans : Les Cultures et le Temps. UNESCO. Dans : RICOEUR, Paul. Les
Cultures et le Temps. UNESCO : Paris, 1975. P. 173
[11] SILVA, Luis
Eugenio. Op.Cit. P.2
[12] Idem.
[13] PATTARO,
Germano. Op. Cit.
[14] SILVA, Luis
Eugenio. Op.Cit. P.2
[15] Traducción
propia. PATTARO, Germano. Op. Cit.p. 197
[16] MUNICHNIK,
Natalia. « La terre d’origine dans les diasporas des XVIe-XVIIIe siècles.
S’attacher à des pierres comme à une religion locale… ». Editions de
l’E.H.E.S.S. Annales. Histoire, Sciences Sociales. 2011/2 – 66e année. P. 481- 512
[17] Traducción propia. Idem. p. 6.
[18] ESCOBAR,
Fabian. “La Barra Pé celebró al Señor de los Milagros”. Diario La Cuarta.
Chile, 31 de Octubre 2011.
[19] DUCCI, María
Elena y ROJAS, Loreto. La pequeña Lima: Nueva cara y vitalidad para el centro
de Santiago de Chile. Revista Eure, Vol. XXXVI, N° 108,
pp. 95-121, Agosto 2010.
[20] Municipalidad
de Lima. “El Mural de la Pachamilla”. Sitio web Peru.com. Peru, 2002
[21] GONZALES-LARA,
Jorge Yeshayahu. El Cristo morado de los inmigrantes peruanos. La fe popular
transmigracional. Blog la La Diáspora Peruana. New York, 2011.
[22] “El Señor de
los Milagros”. Blog Buen Pastor Arequiopa. Peru, 2011.
[23] BLOCH, Ernst. Le
principe de l’espérance. Premiere
edition Aurhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1959. France: Editions Gallimard,
1991.