Es hora de decir la verdad:no solo es fúltbol
MATICES - Es hora de decir la verdad:no solo es fúltbol
Por :
César Hildebrandt
Sí: esa cosa viscosa que algunos llaman anomia y otros mala leche, esa propensión al abuso y a las arcas abiertas, está en todas partes. De arriba a abajo, de izquierda a derecha, de frente y de perfil.
De pronto, este país engreído hasta la
comicidad, autocomplaciente hasta lo patético, este país, el mío, que se cree la
Austria de Sudamérica y el ombligo magnético del mundo, se mira una mañana al
espejo y se da cuenta de que también tiene la cara de un barrista pituco,
borracho, cocainómano y asesino.
¿Cómo? ¿No es que eran los chutos de abajo los
vándalos y los criminales? ¿No era que sólo venían de los pueblos jóvenes? ¿Cómo
es posible que culpen del crimen a un tatuado de Eisha, a un Vip de las
discotecas, a un modelo del circo beat de Somos?
"Los ricos también matan", dicen, emulados y
pares, los barriobajeros que asesinaron a una chica en la avenida Javier Prado
arrojándola desde un microbús.
Y esa es la democracia del crimen y el reino de
la anomia: lo cubre todo, infecta cada pulgada cuadrada del Perú.
Está en la policía corrompida, en los banqueros
que roban con la letra chiquita, en los tumultos de la justicia popular, en el
corvo de la difamación y el liquid paper del encubrimiento, en los que conducen
alevosamente ebrios, en el Contralor que no controla, en el juez que prevarica,
en la fiscal que mira para otro lado, en los militares que trafican en la
intendencia, en el fujimorismo tenaz, en los robos de EsSalud, en la
tuberculosis invencible, en las leyes que no se cumplen, en los proyectos
encarpetados que no se hacen leyes por culpa de los lobistas, en las radios
dirigidas por el viento que más sople, en las ventanillas del Estado plagadas de
idiotas, en las empresas que aprovechan su posición de dominio cobrando tarifas
insostenibles, en los ministros que se venden, en los mandatarios que roban y en
los que incumplen lo prometido (que es otra manera de robar), en los choferes de
servicio público que matan pasándose la luz roja, en la televisión que
embrutece, en el pandillaje que se apodera de las calles, en los gerentes
generales que llaman al contador para ver cómo burlan algún compromiso con los
trabajadores, en las licitaciones con nombre propio, en las redes sociales que
apestan a farándula, en la prensa popular que azuza lo peor de cada uno, en el
cartero que se roba una carta, en el al¬calde que coimea con licencias y cambios
de uso, en los periodistas que se venden en cómodas cuotas, en los profesores
que enseñan lo que no han llegado a dominar, en los espíritus de cuerpo, en los
adulterios unilaterales y/o recíprocos, en el alcoholismo extendido y el
cocainismo que lo invade todo, en quienes aporrean sus mujeres y luego van a
misa, en los abogados que oscurecen hasta los mediodías, en las inauguraciones
de lo robado e inconcluso, en los encumbramientos falsos, en el racismo que mata
la dignidad del otro, en la Iglesia que ya no quiere almas sino botines.
Sí: esa cosa viscosa que algunos llaman anomia y otros mala leche, esa propensión al abuso y a las arcas abiertas, está en todas partes. De arriba a abajo, de izquierda a derecha, de frente y de perfil.
Y todo esto empeoró desde que Sendero Luminoso
nos mostró cuan bestias podíamos ser. Ysiguió empeorando cuando los militares
nos mostraron qué clase de bestia teníamos dentro, bestia a la altura de la
bestia que matamos. '' Y de esos sarros son estas piorreas.
El fútbol, desde luego, no podía mantenerse al
margen. Si el Congreso de los diputados es lo que es, ¿por qué debemos aspirar a
instituciones civiles desinfectadas?
Además, el fútbol se presta a la barbarie como
nin¬guna otra actividad.
Miren qué es el fútbol en Inglaterra o en
Argentina, en Portugal o Bielorrusia: el ducto grande por el que las
muchedumbres hacen de cuerpo en nombre de escudos y leyendas.
Barcelona, por ejemplo, es un caso típico de
cómo el fútbol presta sus sedas al odio. Y el Real Madrid, lo mismo. Viví en
España lo suficiente como para decir que el Barza es repudio separatista,
antimadridismo legañoso y revanchista, sueño de independencia. Con cada gol del
Barza las barras recuerdan al Companys fusilado por los nacionales, a la lengua
proscrita tantos años, a la identidad perseguida. Y con cada gol del Ma¬drid sus
forofos más avezados saborean, de nuevo, el hegemonismo abusivo y católico de
Franco, la España unida a culatazos de las derechas, el borbónico grito de José
Antonio. Si no mera por la monarquía pegalotodo hace rato que eso habría acabado
en otra guerra civil
Porque uno no se hace hincha de un equipo ¡para
amarlo. Uno se hace hincha de un equi¬po para odiar al otro, a la sombra, al de
las antípodas. Por eso no se entiende el fútbol sino se da a través de duetos
malignos: River-Racing; Colo-Colo-Universidad; Peñarol-Montevideo; Manchester
United-Chelsea; U y Alianza.
Cuando el odio está vigilado por la ley,
prevalecen los gritos y los gestos. Cuando el odio futbolero se da en una
sociedad enferma que mantiene las brasas de otros odios sociales y raciales,
entonces viene un animal de andar erguido y te mata a un hijo de 23 años que
llevaba la camiseta de la oposición.
No es el fútbol solamente el que hay que
adecentar. El Perú, de cabo a rabo, necesíta l a reivindicación de la palabra
orden, el rescate del concepto de la autoridad, la severidad implacable de la
ley. Somos una república que es, en muchos sentidos, un homenaje a la barbarie.
Somos Missouri antes de que Jefferson la comprara en 1803. Somos un le¬jano
oeste sin sheriff. Damos vergüenza. Es hora de decirlo y de que el chauvinismo
de la chanfainita y el pisco sour se calle por un tiempo. Curémonos con la ley
en la mano. Y luchemos porque esa mano sea limpia. ■