La Flor de Capuli
y los Heraldos Negros:
Por: Rosa Amelia Pérez Hopkins
Me gustó el artículo sobre Vallejo Los Heraldos Negros....Para quien está tocado por la gracia y puede imaginar a Dios, seguramente, imaginar el odio de Dios es sobrepasar todas las capacidades de medir y percibir por los medios humanos que lo asisten. Cómo entonces, podría alguien poder sufrir un dolor tan grande, como del odio de Dios? Nada sobreviviría, nada. Todo, absolutamente todo, fuera de los límites de cualquier capacidad de resistencia humana. Qué dolor, Dios!
Bueno, yo busqué algo sobre el tema pero en el camino me encontré con estas referencias de Danilo Sánchez sobre la Flor de Capulí, que es la analogía que usa Vallejo para nombrar a su amada. Saben mi mamá, cuando yo era niña, siempre me decía que yo era como el capulí y pensé que era porque mi piel es trigueña (como se le dice en el Perú), ahora sé que me lo decía con el cariño de parecerle dulce. Nunca seré como la andina y dulce Rita, soy condenadamente diferente, pero mi mamá me creía dulce, que maravilla!
Cuántas cosas uno se pierde cuando está lejos del país!
Dime mujer si tu amor, ha de ser el verdadero
Del capulí se hace néctar para las raspadillas, vino dulce para las penas y mixtura para aderezar las comidas. Se le emplea para curar un sinfín de enfermedades.
Y cuando uno pasa por una tienda donde se vende chicha, y con ella la promesa de recibir consuelo, es frecuente escuchar las voces quejumbrosas, de ilusión o de esperanza de un amor bien o mal correspondido, en aquella canción que dice:
Una mañana a tu ventana llegué
y me enamoré de tu bella hermosura,
dime encanto con cuanta ternura
Mi corazón al momento te entregué.
Me jurastes un día tu amor,
sí preciosa como no,
me jurastes un día tu amor
y al momento te dí un capulí.
Dime mujer si tu amor
ha de ser el verdadero
para ofrendarte primero
una flor de capulí.
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje
En el patio de la casa de César Vallejo, hasta ahora, se yergue ensimismado un árbol de capulí, que quizá en un lenguaje aún más misterioso que el de otros seres debe saber recitar los versos que el poeta escribiera en "Los heraldos negros", "Trilce" y los "Poemas humanos". Y, sobre todo, Idilio muerto, que dice así:
IDILIO MUERTO
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: "Qué frío hay... Jesús!"
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
Cati